Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1872 (2ª) (Cortes de 1872)
Sesión: 8 de junio de 1872
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Respuesta al Sr. Castelar
Número y páginas del Diario de Sesiones: 31, 783 a 785
Tema: Discurso de la Corona

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes): Señores Diputados frente a los que se rebelan a la idea de tener que doblar la cabeza ante la Constitución del Estado en todos y en cada uno de sus títulos, se levanta, según mi amigo particular el Sr. Castelar, un demagogo.

No será difícil que yo tenga algo de demagogo, porque es bien difícil el librarse del vértigo de que está impregnada la atmósfera en que desgraciadamente vivimos hace tiempo. Pero presumo yo, sin embargo, que con el Sr. Castelar y sus compañeros me sucede a mí algo parecido a lo que ocurrió a un pobre soldado con sus paisanos y convecinos: mientras cumplía el tiempo de su empeño en el servicio de las armas, fue su pueblo invadido de una epidemia tan general, que no hubo habitante que no fuera atacado de ella, y tan terrible, que los pocos que pudieron salvar la vida, no lo lograron sino a expensas de sus facultades mentales, y todo aquel pueblo después de la epidemia era un pueblo de locos. Cumplió el soldado el tiempo de su empeño, marchó feliz a su pueblo con su licencia en su canuto pensando acabar sus días alegro y contento entre los suyos; pero ¡oh dolor! a él, único cuerdo en su pueblo, como a loco los locos lo trataron. ¡Terrible desgracia, Sr. Castelar, la de aquel pobre soldado! Porque gran desgracia es el ser loco entre cuerdos; pero es una desgracia muchísimo mayor la de ser cuerdo entre locos. ¿Tendré yo la desgracia de pasar por demagogo entre demagogos?

Pero el Sr. Castelar decía que yo me había hecho conservador, y que esto le extrañaba grandemente porque " no conozco nadie, decía S. S., menos apto para ser conservador que el Sr. Sagasta: el Sr. Sagasta, que ha conspirado, que se ha sublevado, que ha hecho tantos sacrificios para concluir con las antiguas instituciones, el Sr. Sagasta se ha hecho conservador."

Pues precisamente por eso, Sr. Castelar, me he hecho conservador; porque me ha costado mucho trabajo conquistar lo que hay, es por lo que soy y no puedo menos de ser conservador de lo conquistado; precisamente porque he conspirado una vez, sí, porque he pasado muchas penalidades, porque he devorado amargos desengaños, porque me ha costado muchos sacrificios, es por lo que tengo tal cariño a lo que hemos conquistado, que no puedo menos de querer guardarlo y procurar que se guarde: lo que cuesta trabajo conseguir es lo que se desea más guardar.

En cambio, hay muchos a quienes no importa nada conservar lo que hemos conquistado; ¡ya se ve! les ha costado tan poco trabajo lograrlo, que no les importa nada perderlo.

Pero el Sr. Castelar, que en la tendencia que ha dado a su discurso no ha estado acertado, permítame S. S. que se lo diga, porque nadie más interesado que el Diputado en respetar y hacer respetar la inviolabilidad de los demás para que se respete la suya; el Sr. Castelar suponía si la retirada de un antiguo amigo mío de este sitio, y la de otros que dice S. S. que se retirarán, podría consistir en que hubiera hoy obstáculos tradicionales. El mismo Sr. Castelar, que hacía esta pregunta, podía haberse contestado a sí mismo; pero como no lo ha hecho, me voy a tomar la libertad de contestar por S. S.

Los partidos, como los pueblos, sufren sus enfermedades, que son dificilísimas de curar, y el partido liberal español está sujeto a una epidemia terrible, de la cual apenas si se salvan los más prudentes, los más cautos y los más inteligentes: el partido progresista español ha encontrado casi siempre en esa enfermedad los mayores obstáculos para su marcha regular, y en estos últimos tiempos esa enfermedad o esa epidemia ha tomado tal incremento, que pone espanto en los ánimos más serenos: esta enfermedad, señores, ya comprenderéis que esta enfermedad es la que en el lenguaje vulgar se llama populachería.

Por la populachería se establece una especie de puja de liberalismo en la cual nadie quiere quedarse atrás, todos van más adelante de lo que sus propias convicciones y las conveniencias del país los aconsejan; por la populachería se aceptan muchas veces principios que antes por convicción se rechazaban: por la populachería, en fin, se adoptan ciertas direcciones y se establecen ciertas corrientes peligrosas para los mismos que las adoptan y las establecen. No reconozco nada más terrible para el partido liberal que la populachería; por la populachería se ve muchas veces a los hombres ir a donde no debían ir, y cuando ven la profundidad del abismo a cuyo borde han llegado sin apercibirse, entonces huyen espantados, como la gallina empollando huevos de águila huye espantada de sus propios hijuelos.

Pero como preveo que no he de acabar la tarea que me he propuesto desempeñar en esta tarde, he de decir sólo aquellas cosas que merezcan más inmediata rectificación; por eso no puedo dar orden a las ideas que vaya emitiendo: en el curso de este debate he de tener lugar de explicar ciertas cosas y reseñar ciertos accidentes que dejen a cada cual en su puesto; pero no es esta la ocasión ni el momento; por eso saltando como voy, llego a la cuestión de la crisis del Ministerio que tuve la honra de presidir.

Nosotros abandonamos el poder porque estábamos fatigados, porque así lo creímos conveniente, porque los cargos de Ministro no son cargos concejiles, porque no se puede obligar a ningún Ministro a permanecer en [783] su puesto contra su gusto, contra su voluntad, sin que nuestra salida del Ministerio haya tenido nada que ver con la dimisión del general Gándara, asunto verdaderamente pequeño para influir en las cuestiones de Gobierno y para pesar en nada en la resolución de los asuntos de Estado que S. M. como Rey constitucional lo concedía. Pública fue la crisis ministerial, pública fue la causa que la produjo, públicas las razones que tuvieron los Ministros para abandonar ese puesto; de otra manera muy contraria que como el Sr. Castelar supone entiende el Rey de España sus deberes constitucionales, y observa y cumple su obligación con sus Ministros responsables. Pero S. S. cree que los Ministros que abandonamos hace poco ese banco (Señalando al banco azul) debíamos estar arrepentidos de haber hecho salir de allí al general Gándara. Su señoría en eso está también equivocado; y cuando las cosas no han pasado como su señoría supone, no podemos estar arrepentidos de nada, ni tampoco de lo que habíamos hecho respecto del general Gándara, porque los Ministros que ocuparon ese banco no buscan la confianza en el pueblo ni en la Corona lisonjeando al pueblo ni a la Corona; no quieren más, y esto únicamente como consecuencia del cumplimiento de su deber, que el bien del pueblo y el bien de la Corona. Esto hacen los Gobiernos honrados, esto haríamos nosotros si cien veces nos viéramos en iguales circunstancias; y si esta conducta leal, si esta manera patriótica y si este modo noble de servir a tu país pudiera alejarnos en vez de atraernos, la confianza del pueblo o del Monarca, porque fueran ciertas, que no lo son ni pueden serlo, las suposiciones de S. S., abandonaríamos anticipándonos ese puesto, para venir al puesto del Diputado a defender al pueblo y a defender al Monarca, pero sin arrepentirse de lo hecho y sin propósito de la enmienda, que así y sólo así es como sirven los hombres de bien a su Rey y a su país.

Nos ha hablado S. S. de camarillas. Aquí no hay camarilla ninguna; las altas cuestiones de Estado no se resuelven hoy por camarilla, sino única y exclusivamente atendiendo al bien de la Nación y a las aspiraciones del país, representado en Cortes. Conste, sí, que S. S. ha partido del error parlamentario, del craso error, permítame S. S. que de esta manera lo adjetivo) de suponer que se había infringido la Constitución por haberse hecho uso de la Regia prerrogativa en contra de las mayorías y de los Parlamentos; eso es completamente falso, no hay semejante cosa. No ha habido crisis que no se haya resuelto aquí siguiendo las reglas más estrictas del buen sistema parlamentario y constitucional; no hay crisis que no se haya resuelto siguiendo los elementos más sencillos de los buenos principios constitucionales.

Precisamente en la crisis a que S. S. se ha referido, en aquella crisis se salvaron, como se han salvado en todas las demás, los preceptos rigurosos de la Constitución; es más: se llevó a la exageración ese respeto, si es posible llevar a la exageración el respeto al Parlamento y a las Cortes del país; pues si cabe la exageración en ese punto, hasta exageración hubo. No hay más que recordar, Sres. Diputados, lo que entonces pasó. Suspensas unas Cortes dentro de la Constitución, suspensas las sesiones, y a pesar de que se había probado ya una y otra vez que con aquellas Cortes, rota la conciliación, era imposible Gobierno ninguno, a pesar de que la rotura de la conciliación había hecho árbitro, error crasísimo, falta política inmensa de que no se arrepentirán nunca bastante los que la cometieron, se había hecho árbitro de las votaciones al partido carlista, árbitro de la Regia prerrogativa a las oposiciones antidinásticas coaligadas, porque rota la conciliación de los elementos revolucionarios, ninguna de las fracciones era mayor que las fracciones antidinásticas, resultando que los Gobiernos dependían en su existencia y en su caída exclusivamente de la voluntad de las oposiciones que estaban fuera de la legalidad existente......(Rumores en los bancos de la minoría republicana.)

El Sr. CASTELAR: Ha dicho que nosotros estamos fuera de la ley.

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes Mateo): Fuera de la legalidad existente hablo, porque se encuentran fuera de las instituciones fundamentales del país.

Varios Sres. Diputados de la izquierda: No.

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes Mateo): ¿Aceptáis la Monarquía?

Varios Sres. Diputados de la izquierda republicana: No.

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes Mateo): ¿No? Pues si no la aceptáis, estáis fuera de la legalidad existente. (Rumores.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, Sr. Diputado; sírvase V. S. dirigirse a la Cámara.

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes): A pesar, digo, Sres. Diputados, de que no era posible que el Gobierno contara con mayoría parlamentaria; y a pesar de tan difíciles circunstancias, tal respeto tuvo a las prácticas parlamentarias y tal consideración a los Cuerpos Colegisladores, que aquellas cortes se abrieron creyendo que las oposiciones tendrían el patriotismo de prescindir de toda clase de luchas políticas, para tratar de lo relativo a la situación económica del país, que a todos, a la mayoría como a las oposiciones, interesaba.

Se abrieron las Cortes, a pesar de la opinión contraria de muchos hombres políticos; y ¿qué sucedió? Que fue imposible marchar desde el primer día, porque no podía haber un Gobierno que tuviera mayoría parlamentaria. Y en este estado ¿qué había de hacer la Corona? ¿Para cuándo es el artículo de la Constitución que da a la Corona cierta y determinada prerrogativa?

Se disolvieron las Cortes, y fue Gobierno quien debía serlo, porque era natural que fuera Gobierno el que ya lo era, en vez de llamar a otro que se hubiera encontrado con respecto aquellas Cortes en las mismas condiciones, esto, es, sin mayoría. Pero aun el Gobierno que estaba en posesión del poder y que tenía este derecho sobre cualesquiera otro, tenía mayor número de votos entre los Diputados que estaban dentro de la Constitución del Estado. Yo rechazo, por consiguiente, y rechazo con indignación, toda idea de camarillas en esto o en el otro sentido. Respecto de camarillas en otra parte, yo puedo decir a mi amigo el señor Castelar, que allí no se conoce más que una sola, que es la camarilla de la virtud y de la beneficencia, camarilla pública y permanente allí, camarilla a que puede asistir el Sr. Castelar porque tiene sentimientos humanitarios, y en la cual S. S. obtendría el puesto que por su talento y por sus condiciones merece. No hay allí más camarilla que esa, Sr. Castelar ¿la puede su señoría rechazar?

Ha insistido el Sr. Castelar en los cargos que ya dirigió al Gobierno anterior relativamente a la cuestión electoral. Yo tengo que decir a S. S., que el Gobierno no hizo nada que no debiera hacer en la cuestión electoral, dentro de las leyes. Y a pesar de los libros que S. S. ha leído, algunos de los cuales he leído yo, y a [784] pesar de no haber estado en los estados-Unidos, como tampoco ha estado S. S., yo puedo saber tan bien como S. S. lo que en los Estados-Unidos pasa, pero si he de calcular lo que S. S. sabe de los Estados-Unidos por lo que nos dice de los demás países, sin inmodestia ninguna puedo decir que sé mucho más que S. S.; porque yo no conozco ningún profesor de historia más elocuente, no conozco ningún profesor de historia más admirable, pero tampoco conozco ningún profesor de historia que comprenda, al menos por lo que S. S. nos dice aquí, la historia más al revés de como es en sí. Yo ya sé que no es que S. S. no conozca la historia; su señoría la conoce muy bien, pero como la conoce muy bien, sabe también explotarla muy bien para sus fines; así es que la explota pintándonos una historia que no tiene nada que ver con la historia verdadera que todos conocemos y que está en todos los libros.

Pero el Sr. Castelar, no sólo tergiversa la historia en lo que tiene relación con los tiempos antiguos y aun con los mitológicos, en cuyo punto puede S. S. despacharse a su gusto, sino también en las cosas que están pasando a nuestra vista; y siguiendo S. S. en esta tendencia, ha tergiversado hoy la historia de cierto suceso.

Aquel buque a que S. S. se ha referido venía de Egipto, y al saber el ilustre viajero que en él iba la enfermedad de su padre, no lo que S. S. ha dicho, sino la ansiedad de hijo cariñoso, le hizo pedir, como S. S. lo hubiera hecho, porque sé que S. S. es buen hijo y quiere a su madre sobre todas las cosas de este mundo, le hizo pedir al capitán del buque, porque no era el ilustre viajero el que le dirigía y sólo iba allí sencillamente como pasajero, que hiciera el favor de llevarle más pronto a recibir el abrazo de su padre, enfermo de gravedad. Esta es la historia verdadera; y si se rompió la máquina, fue porque estaba a punto de rompérsele el corazón a aquel hijo que no quería dejar de dar a su padre el que acaso iba a ser su postrer abrazo. ¿Por qué no cuenta S. S. la verdad?

Al Sr. Castelar le convenía decir que yo había dicho desde el banco de la oposición que la mayoría era un presidio suelto. Nunca, Sr. Castelar, he dicho yo semejante cosa. Al contrario; por que se me dijo en el saIón de conferencias que se habían pronunciado esas palabras por una persona importantísima de aquella situación, vino aquí a protestar contra ellas, como hace pocos días hubiera protestado contra ciertas palabras lanzadas por S. S. a la mayoría, a la cual llamó inicua.

Pues bien; respecto de la manera de hacer las elecciones en los Estados-Unidos, no sólo puedo decir a su señoría que sé lo que pasa allí, sino que he oído referir a personas dignísimas que han presenciado aquellas elecciones, a personas muy dignas de crédito, los atropellos, las arbitrariedades y los abusos que se cometen en las elecciones de los Estados-Unidos, alguna de cuyas personas habla sido víctima de esos atropellos y de esas arbitrariedades.

Y ahora voy a decir más a S. S. En las elecciones de los Estados-Unidos, no solamente se cometen abusos y arbitrariedades en grande escala, sino que se hacen con mucho dinero. ¿No sabe eso S. S.? Pues no hay ninguna persona que haya estado en los Estados-Unidos, o que tenga algún conocimiento exacto de lo que en los Estados-Unidos pasa, que no sepa esto perfectamente. Pero Yo, Sr. Castelar, no he querido tomar de los Estados-Unidos ese sistema, como no quiero tomar de los Estados-Unidos otras cosas que a S.S. le entusiasman y que a mí me parecen pésimas, y porque algunas cosas que allí son realmente buenas, aquí serían fatales. No he tomado de los Estados-Unidos ni aun el sistema de hacer las elecciones con dinero, de que S. S. nos ha hablado, haciendo alusión a los tan decantados 2 millones, de que a mí me daría vergüenza hablar, siquiera conociendo, como debe conocer S. S., las necesidades de la cuestión de orden público en este país, que tiene la legislación política más liberal del mundo.

En medio de todo, a pesar de que S. S. no ha estallo exacto al hablar de la inversión de esos fondos, debo darle las gracias por la justicia que ha hecho a ocho hombres honrados que ocupaban el banco ministerial, ya que en estos tiempos todo se quiere atacar, todo se quiere matar, todo se quiere manchar, como si solo del rebajamiento general pudieran algunos esperar su propia exaltación. ¡Dos millones de reales! ¡Hablar de 2 millones de reales en un país en que todo está perturbado! ¡Hablar de 2 millones de reales para gastos secretos, en un país en que no hay sistema preventivo. ¡Hablar de 2 millones de reales, en un país en que hay tanta asechanza contra el orden público! Sin duda se olvida que no hay sistema preventivo, que el sistema represivo es muy caro, sobre todo en un país en que todo está fuera de su punto; en que no hay nada que esté en su lugar. ¡Ah, Sres. Diputados! Sólo los que no tienen idea de lo que es el Gobierno, solo los que no entienden nada absolutamente de asuntos de Estado, solo los que obedecen a pasiones mezquinas y pequeñas, pueden venir aquí a suscitar una cuestión tan insignificante, a ocuparse de una cantidad de tan poca importancia, tratándose de asuntos en que algún día se ha de demostrar la previsión del Gobierno; algún día se sabrá cuál ha sido la inversión de esos 2 millones de reales; algún día se sabrá, porque los mismos enemigos lo irán declarando, y entonces tendréis conocimiento de que, con una cantidad insignificante de dinero, hemos evitado a nuestro país mucho malestar, muchos trastornos, muchos disgustos y muchos dispendios.

¡Dos millones invertidos en ganar unas elecciones, cuando éstas se hacen por sufragio universal! ¡Dos millones para falsear el sufragio universal! ¡Barato lo compra S. S.!.......

El Sr. PRESIDENTE: Señor Sagasta, han pasado las horas de Reglamento.

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes): Yo estoy a la disposición de V. S.

El Sr. PRESIDENTE: Si V. S. no ha de acabar pronto su discurso, puede continuar otro día.

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes): No tengo inconveniente en quedar en el uso de la palabra para la sesión próxima.

El Sr. PRESIDENTE: Se suspende esta discusión y la sesión hasta las nueve de la noche.



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